“Estos días azules y este sol de la infancia”.
Este verso alejandrino se encontró, escrito en un papel arrugado, en un bolsillo del gabán de Antonio Machado, a su muerte el 22 de febrero de 1939 en Francia.
Un verso, un poema, una vida.
Si consideramos la literatura como el arte de comunicar con efectividad la verdadera realidad de las cosas a través de la palabra, qué duda cabe de que el verso que nos ocupa es un ejemplo paradigmático de lo que la poesía, forma literaria tradicionalmente considerada como la más pura, tiene de revelación, el desvelamiento repentino de una verdad oculta.
¿Y cuál es esa revelación aquí?
La nostalgia (RAE: 1. f. Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos. 2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida) del comienzo de toda una vida, el dolor del círculo que se cierra en ausencia de la felicidad de la niñez. El amargo aprendizaje del sinsabor de la existencia. Y, sin embargo, ¡qué bella la expresión de esta nostalgia en este verso!
Sé lo que muchos estaréis pensando: “Profe, no inventes…¿Dónde está todo eso en un solo verso?”
La primera respuesta a esta pregunta es que no existe tal cosa como “un solo verso”. Siempre está el contexto, lo que va junto al texto: elementos como el espacio, el tiempo, los acontecimientos en la vida del autor que se proyectan en el texto en el momento de su escritura. Aquí tenemos a Machado en el exilio, alejado de su hogar, roto y vencido por la guerra civil en España. Y el descubrimiento, repentino, de que todo lo que una vez fue, todo lo que una vez pudo haber sido, todo lo que una vez tuvo la posibilidad de llegar a ser ya nunca sería igual, pues la vida no es un círculo que se cierra, sino una espiral que cuando parece que se va a cerrar, no puede hacerlo porque ha “avanzado” (este avance es lo que representa realmente lo que llamamos la línea del tiempo, tiempo que en sí mismo siempre se ha representado como circular, como la propia palabra “ciclo” indica).
¿Y cómo se expresa todo esto en el verso? Porque la palabra clave en arte , es decir, en la vida, es “expresión”, cuando al decir algo, no sólo lo referimos, sino que lo expresamos, además, en la propia forma de expresión.
Veamos los recursos empleados. En primer lugar, el imprescindible, la condición sine qua non: la repetición (exacta o con variaciones): repetición de acentos en la primera, tercera y sexta sílabas de los dos hemistiquios que componen el alejandrino, dándole ritmo y acentuando el sentido de retorno; repetición de deícticos: "estas", "este"; repetición de sintagmas, con variación: sustantivo +adjetivo ("días azules"); sustantivo + complemento del nombre ("sol de la infancia").
Junto a la repetición, el desplazamiento léxico: de cielo azul a días azules; y el sol, común a ambos. Este desplazamiento es el que nos revela la nostalgia, al trasladar el color físico del cielo al completo de los días vividos en la niñez.
Y la ruptura, el otro recurso poético por excelencia, por el cual nos alejamos del lenguaje habitual para provocar la sorpresa, que a su vez nos “mueve” de lo esperado, y nos sostiene en un instante en el que, repentinamente, descubrimos expresado aquello que se busca expresar: el sol no es un sol físico, es el subjetivo de la infancia, pero aquí y ahora (estos días, este sol). El cierre del círculo, el acercamiento de la luz ( a través de la deixis) al momento final de la vida, que se intuye desasosegado precisamente por esa ruptura del lenguaje habitual, con el cual habríamos dicho, quizá, “recuerdo aquellos días de sol y cielo azul cuando era niño”.
Verso preciso , ¿no?
¿Parte de un poema no escrito?
¿Poema completo en sí mismo?
¿En un papel arrugado por indiferencia de Machado? ¿Por el tiempo pasado sin inspiración para continuar? ¿Porque la muerte acabó con ese tiempo?
¿No es una coincidencia sorprendente la relación entre el contenido del verso y el momento final de la vida de Machado, verso y vida en una única y misma expresión?
A nosotros nos toca, en tanto que lectores, resucitar el sentido último de la forma poética, resurrección activa que devendrá, inevitablemente, según nuestro modo de conocimiento.
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