Guillermo Fernández Pardo, de 3C, nos deja su comentario sobre La canción de Aquiles, de Madeline Miller
¡Gracias por tu participación, Guillermo!
LA CANCIÓN
DE AQUILES
Madeline Miller
Tras un crimen imperdonable,
Patroclo es desterrado por su padre y enviado a Ftía. Allí conoce a Aquiles, el
príncipe de aquella región el cual sin saber nadie el porqué, se enamora de él
y lo nombra su therapōn, una especie de hermano de armas o escudero.
Aquiles es todo lo contrario a
Patroclo: el primero es fuerte, guapo y levanta pasiones entre los jóvenes con
los que vive, mientras que Patroclo es débil, no es muy guapo y nunca ha hecho
nada para honrar a su padre o a su patria.
Entre tanto, una batalla comienza
en Troya y Aquiles, junto con Patroclo, debe correr a Troya, ya que una profecía
promete darle honor a todo aquel que vaya a luchar. No todo es favorable para
la pareja, ya que una profecía promete acabar con la vida de Aquiles si va a la
guerra.
En la guerra se enfrentarán a
numerosos peligros que bajo ningún concepto los separarán.
La obra nos hace reflexionar sobre temas como: la importancia de las promesas, el honor, la honra, la avaricia, el orgullo y finalmente, el triunfo del amor sobre la muerte.
En esta versión de la Ilíada
contada desde el punto de vista de Patroclo, la autora dice “haber dejado
crecer en su imaginación las semillas recogidas de la novela de Homero para
poder modelar el misterioso personaje de Patroclo”.
La obra, a pesar de que el
principio parece estar demasiado desarrollado, es, no solo por la magistral
redacción de la autora, sino también por los temas que trata, una lectura amena,
divertida y curiosa para lectores de todas las edades.
Recomiendo la lectura a personas a
las que les guste la mitología, el amor y la historia, aunque si estás buscando
una novela totalmente histórica, este no es tu libro.
La obra comienza de esta manera:
Mi padre fue rey e hijo de reyes.
Era pequeño de estatura, al igual que la mayoría de nuestra gente, y tenía unos
hombros enormes, como los de un toro. Desposó a mi madre cuando tenía catorce
años y la sacerdotisa la declaró núbil. Se trataba de un buen partido: era hija
única y el esposo recibiría la fortuna del padre.
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